Bienvenida inmigración

Todo en nuestro país ha ido evolucionando, cambiando rápidamente.

Las mujeres, al igual que todos los organismos vivos, también están sujetas a una evolución. Los postulados de la Evolución son una inmejorable herramienta para conocer nuestro destino, pues nos anticipa, nos prepara, para el futuro. Y justamente, para hacer un correcto estudio de la evolución, es necesario conocer nuestros orígenes, los que podrían estar en nuestros ancestros europeos o los ancestros americanos.

Bastaba solo una mirada en cualquier colegio femenino de los años 70 para cachar que la evolución de la mujer chilena no seguiría los patrones de las nórdicas o germanas. Por ello, situé mis observaciones en las mujeres latinoamericanas.

Siendo Chile el último país en ser conquistado, me parecían un buen referente los países de más al Norte. En realidad, mientras más me acercara al Salvador, lugar del Descubrimiento de América, más cercano estaría al punto cero, al Big Bang de Latinoamérica, la cadena de ADN primaria de nuestra raza. Podía especular que todo evolucionaba hacia allá.

En realidad estaba contento con mis observaciones.

La mujer latina tiene el mejor culo del planeta, y mientras más al norte te vas, el asunto va mejorando. Culos redondos, marquesinados, con pliegue, de aquellos que te hacen pensar, como Einstein, en la curvatura del tiempo y del espacio. Culos que no dan tregua al aburrimiento, que por su sola observación te hacen remontarte a lo primitivo, a sentirte un cavernícola, a llegar a la contemplación absoluta sin pronunciar el consabido Om de los tibetanos. Culos, siempre fríos, que caben enteros en la palma de la generosa mano abrigadora.

Pero no, queridos amigos. La mujer chilena no evolucionó hacia allá. Ahora son todas flacas y altas. Extrañamente, la mujer chilena ha sido fuertemente impactada por los genes de Onas y Patagones, considerados los últimos gigantes de la historia. Nuestras calles, a diferencia de las calles mestizas del resto de América, son un desfile de espectros flotantes, como marionetas sin gracia, a las que les cuelgan unas lanas que terminan en zapatos de cartón. Una extraña sensación de habernos quedado huérfanos, sin madres (quizás de allí venga el apoyo irrestricto a Bachelet)

Lo peor es que les ha dado a todas por ponerse pechugas. Son el regalo de cumpleaños preferido. Las pechugas, definitivamente no calientan a los latinos. Las pechugas son un concepto enciclopédico que solo los reprimidos (por razones sociales o religiosas) pueden intelectualizar, una idea difícil de elaborar. Comprender una pechuga, en la simplicidad de la mente de un latino medio como yo, implica mover muchos neurotransmisores, que disocien la pechuga de la maternidad, del amamantamiento. De chico me gustaban las pechugas, quizás por la cercanía histórica al alimento. Hoy me aburren. Son, a mi modesto entender, un patrimonio de los intelectuales reprimidos. De los capaces de imaginarse quizás qué, que yo no me puedo imaginar.

Sin embargo algo me tiene contento. Es una corriente migratoria que quiere volver a poner las cosas en su lugar. Mejor dicho, los culos en su lugar. Si toda la evolución era perfecta, ¿por qué la naturaleza se podía permitir este desliz en este rincón del planeta?

La sabiduría de lo eterno, una vez más, se encarga de reorientar el destino del Universo a los valores realmente perennes.

Este artículo fue escrito en Reflexiones. Enlace Permanente.

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